Hay escritores que tienen por costumbre trazar una biografía completa de sus personajes antes incluso de comenzar a escribir la primera línea de su historia, y otros, sin embargo, apenas reúnen algunas anotaciones desordenadas e inconexas sobre sus personajes. Ambas fórmulas definen la anatomía del personaje literario.

Un personaje es la expresión analítica, la expresión resumida de una persona. Es el poso, la síntesis, el rescoldo que una persona, posiblemente real, deja en el cuaderno de notas o en la memoria de un escritor. Este tiene, a partir de ello, la inconmensurable y delicada tarea de acometer el diseño y de leer el nunca redactado manual de instrucciones de montaje del personaje.

Los responsables de la anatomía del personaje literario son el propio escritor y, muchas veces, el propio personaje

En el diseño de la anatomía del personaje literario, la complejidad de esta debe ser suficiente como para soportar, como para servir de contenedor de todas las experiencias por las que, en la historia narrada, habrá de pasar. Dotar de ese contenido, de ese entramado de personalidad, al personaje, es la tarea.

Durante la construcción del personaje, no faltarán momentos en los que el escritor haya de sentirse necesariamente como una especie de doctor Frankenstein, con la mesa de operaciones repleta de piezas (sin vida) de distintas personas reales, con las que ir montando su personaje, con las que darle vida. Rasgos, voces, facciones, frases, costumbres, manías, cicatrices…

Al escritor británico Angus Wilson, los personajes se le revelaban cuando la gente le hablaba. Tomaba rasgos, gestos, dejes, voces, semblantes…, de distintas personas reales y los mezclaba y, afirmaba: «a partir de tales mezclas puedo crear personajes«.

En el caso de Aldous Huxley, sus personajes están basados, «inevitablemente, en personas conocidas», aunque para él «los personajes novelescos son muy simplificados; son mucho menos complejos que las personas reales».

En todos los casos, en la anatomía del personaje literario es obligatorio dedicar importantes esfuerzos al diseño, a la creación de su mundo interior, el mundo que dirá más cosas del personaje que todas las descripciones que el escritor pueda acumular durante la novela. Déle el escritor al personaje un pasado que recordar, que temer, que ocultar o al que enfrentarse, plantéele conflictos que forjen su personalidad y déle un tiempo para poner en orden su vida o para alcanzar sus objetivos y conseguir sus ambiciones. Acompáñelo de enemigos y aliados, sitúelo frente a obstáculos gigantescos, estréchele los caminos, inunde su piso y échele un salvavidas invisible, sométale a dilemas trascendentales, vívale!

El escritor, una vez que le haya insuflado un halo de vida a su personaje, y una vez dispuesto el resto de elementos en su escenario vital deberá dejar al personaje deambular por su imaginación, que es su mundo, deberá dejarle que se enfrente a sus miedos, a los conflictos que se le avecinan, debe dejarle, en definitiva, que crezca, que se haga mayor. Y mientras tanto, tomar buena nota de sus reacciones, pues habrán de constituir el mejor material literario de que disponga el escritor en su tarea de transmitir fielmente al lector la esencia del personaje creado. Este proceso ocurre, en ocasiones, tan literalmente así que los responsables de la anatomía del personaje literario son el propio escritor y, muchas veces, el propio personaje, que llega incluso a sorprender a su propio creador, mostrando facetas necesarias para su propia existencia a las que el escritor no ha podido anticiparse durante su concepción.

En definitiva, después de que el personaje rompa a llorar nada más nacer, dejadle que escuche, que observe, que analice su mundo, que se sorprenda como un niño, que evoque su memoria. Dejad al personaje que se mire las manos y se reconozca. Dejad al personaje que sienta, que se sienta vivo… y vivirá…, y viviréis. Porque, escribir es estar siempre al borde de la vida.

Concepción y anatomía del personaje literario
Víctor J. Sanz