El hombre que no se parecía a sí mismo, un relato ganador.
En 2022 participé en algunos concursos literarios, entre ellos, el Certamen Literario de Narrativa Breve Municipio de Casas Bajas en su cuarta edición.
Envié mi relato titulado El hombre que no se parecía a sí mismo. Al jurado le gustó, consideró que es un relato ganador, espero que a vosotros también os guste. Os dejo con él. Me gustaría leer vuestra opinión en los comentarios.
El hombre que no se parecía a sí mismo
Abrió su vida de par en par y se asomó con cuidado de no caerse. Se había caído antes muchas veces, pero le iba cogiendo miedo. Ya no tenía edad para comenzar de cero una vez más; y tenía muy claro que ese día no le daría el gusto a ninguna maldición que le hubieran echado.
Años de experiencia le permitieron hacerse el nudo de la corbata en tres segundos. Se metió dentro de la americana con una agilidad de otra edad y salió a la calle con la prisa de quien no quiere perder ni un solo segundo de no hacer absolutamente nada.
Iría al parque y se sentaría a respirar el aire fresco de la vegetación mientras miraba de reojo a sus convecinos corriendo de acá para allá. Pobres, pensaría, con lo bien que se vive sin hacer nada. Ya había hecho mucho a lo largo de su vida, se había ganado un tiempo de no hacer nada de nada.
Luego pasearía hasta la plaza y volvería por la avenida, que a esa hora ya tiene una buena sombra. Pero antes debía pasar por la farmacia. Ya no se acordaba de qué tenía que comprar, pero con lo informatizado que estaba últimamente todo, seguro que la farmacéutica se acordaría por él.
—Buenos días, don Manuel.
Le tendió la tarjeta sanitaria a la farmacéutica con un gesto de extrañeza: nadie le llamaba así. Si hacía memoria, diría que nunca le habían llamado de esa manera. Sea como fuere, se sintió importante por el tratamiento.
—Aquí tiene. Dele recuerdos a su hija. Adiós, don Manuel.
Ya lo entendía, lo había confundido con otro. Le había gustado lo del don mientras duró. No tanto lo de Manuel, porque, que él supiera, no se llamaba Manuel. Y de la hija para qué hablar, que él supiera no tenía ninguna hija. Chascó la lengua por no poder disfrutar un poco más del don.
El banco del parque estaba libre y el viento le regalaba la brisa perfumada por los pinos y los jazmines. Ay, los jazmines. Cuántos jazmines en su niñez. Cuánta niñez. Cuánto tiempo había pasado ya. Una eternidad.
Le gustaba cruzar la plaza para llegar hasta la avenida. Allí se sentía vivo mirando cómo los demás corrían sin apenas disfrutar de la vida. Coches en todas direcciones evitando a peatones que arriesgaban toda la vida por ganar un minuto. Un minuto mal invertido: mucha pérdida y poco beneficio. Él lo tenía más claro, prefería vivir que sobrevivir. Se había convencido de que disfrutaba de la vida por todos aquellos que habían elegido no hacerlo.
—Adiós, don Manuel.
Vaya, la farmacéutica no era la única que lo había confundido. Ese vecino también se lo había llamado. Casi no se había fijado en que era la primera vez que veía a ese vecino. Y no recordaba a ningún Manuel con quien pudieran confundirlo. En el hogar del jubilado no había ningún Manuel. En el café tampoco, en el club de lectura tampoco. No sabía por qué ese empeño de llamarlo por otro nombre. ¿Tanto se parecía?
—Siempre tan elegante, don Manuel. Quién se hiciera el nudo de la corbata como usted.
Elegante sí que iba, pero dichosa manía la de llamarlo Manuel, ya le estaba sacando de quicio. Por cierto, ¿corbata? ¿Qué corbata ni qué…
Corrió hasta el primer escaparate que encontró para mirarse en él. Sintió un escalofrío por la espalda. Sin duda, aquel vidrio no debía de tener un buen día, pues tampoco lo recordaba como en verdad era él. En su lugar le pintaba a un tipo viejo y desgastado, con una ridícula corbata y una chaqueta que ya no la querría ni un anticuario. Ese del reflejo sí que tenía cara de llamarse Manuel, pero él no. Él no era Manuel el de la corbata. Él no y punto. Nunca había visto una cosa más ridícula.
El enfado le dio la vuelta y puso sus pies en rumbo a su casa. Se quitaría la corbata y la chaqueta de Manuel y se pondría la ropa que se ponía siempre, fuera la que fuese.
Cuando había recorrido tres manzanas se paró de repente y se puso a pensar. Todo se le antojó nuevo, desconocido. ¿Cuándo había llegado él allí? Y con esa ropa. Se reprochó el poco gusto que podía tener una persona para vestir así. Debía volver a casa, pero… si no recordaba dónde vivía, mal podría llegar y cambiarse de ropa. Se preguntó qué haría don Manuel en su lugar. Si al menos pudiera hablar con la hija de don Manuel. Seguro que uno de los dos podría ayudarlo, aunque no los conociera de nada. Maldita memoria… Él solo quería volver a parecerse a sí mismo, quien quiera que fuese.
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