De la misma manera que un cocinero no puede dejar de pensar cómo habrán hecho la receta que está probando en otro restaurante, de la misma forma en que un entrenador de fútbol ve y analiza un partido de otro equipo, de la misma manera que un arquitecto contempla la planta de un edificio diseñado por otro arquitecto, de esa misma manera es que un escritor se acerca a una historia narrada por otro, ya novela, ya película. En estos casos, no es infrecuente el pensamiento yo lo hubiera hecho así.
En su libro «La bendita manía de contar», Gabriel García Márquez dice: «Los novelistas no leemos novelas sino para saber cómo están escritas. Uno las voltea, las desatornilla, pone las piezas en orden, aísla un párrafo, lo estudia, y llega un momento en que puede decir: «Ah, sí, lo que hizo éste fue colocar al personaje aquí y trasladar esa situación para allá, porque necesitaba que más allá…» En otras palabras, uno abre bien los ojos, no se deja hipnotizar, trata de descubrir los trucos del mago«
Uno no puede sustraerse a ese sentir, que ya llega a pasión, no de corregir, pero sí de recorrer el mismo camino que recorrió el autor, pero con ojos propios, enfrentarse uno mismo, por sus propios medios a las mismas dificultades hijas de esa misma idea madre, semilla de la historia narrada. El resultado, muchas veces es inevitable, yo lo hubiera hecho así.
Cuando un escritor se acerca a las historias narradas por otros, no es extraño que le surja el pensamiento «yo lo hubiera hecho así»
Ya digo, no con ánimo de corregir, salvo aquellas cosas imperdonables que hacen fea a una historia, como por ejemplo esa irritante falta de explicaciones de elementos sensibles a la historia y, sin los cuáles es imposible entenderla en su totalidad; o esas fallas de consistencia que llevan a un protagonista a no rebelarse contra una situación personal, a todas luces incoherente o injusta o, al menos, aparentemente remediable para la mayoría de las personas.
Acercarse a una historia ajena, lleva al escritor a coincidir y divergir a partes iguales con el autor, pero eso sí, matizando al máximo las coincidencias para evitar la desagradable e imperdonable sensación de plagio y, obviamente por el mismo motivo, maximizando también las divergencias, aunque si la historia es buena y está bien trazada, las divergencias difícilmente superarán el umbral de insignificante matiz.
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