Al igual que las personas, las ideas también tienen una edad temprana y tierna en la que son más susceptibles de ser moldeadas. Es la infancia de las ideas.
De todas las improntas que nos deja la vida, las más duraderas son las que se reciben durante la infancia las que dejan una huella más profunda, tal vez imborrable, para el resto de la vida. El primer beso de mamá, el primer animal que vemos, el primer miedo que sentimos, la primera palabra de una persona extraña…, quien sabe. Durante el periodo de la infancia uno está expuesto a ser moldeado a imagen y semejanza de las circunstancias en las que se desarrolla su vida, de su entorno más inmediato.
Al igual que las personas, las ideas también nacen un buen día, y tienen su infancia, durante la cuál se muestran vulnerables, cambiantes…, incluso algunas mueren.
Las ideas, durante su infancia necesitan el mayor de los cuidados, la mayor de las atenciones, el mayor de los cariños y la mayor de las esperanzas de llegar a convertirse en una idea de provecho.
Al igual que las personas, las ideas también tienen una edad temprana y tierna en la que son más susceptibles de ser moldeadas. Es la infancia de las ideas.
Cuando una idea nace debemos estar muy atentos y ser muy cuidadosos, no debemos ponerle muchas ropas, ni dejar que se resfríe, evitar cualquier contaminación pero no caer tampoco en un aislamiento extremo. Todo cuanto hagamos o no hagamos con nuestra idea formará parte de ella. Como a un hijo debemos guiarla, educarla, dejar que se equivoque de vez en cuando, para que aprenda; enseñarle, corregirla; trazar ante ella mil caminos posibles, para que elija.
Pero nosotros…, nosotros también somos como un niño durante la infancia de las ideas, de la misma manera que ellas nacen a nosotros, nosotros, de alguna manera, nacemos a ellas. Dejan en nosotros una huella duradera que, cuando fosiliza, es muy difícil de alterar. Ninguna lluvia torrencial se llevará la primera huella que deja en nosotros una idea cuando nacemos a ella, todo cuanto le llueva encima le añadirá, pero no le restará.
Cuando nacemos a la idea de una historia que narrar, la primera idea, la más temprana, la más tierna de todas cuantas surgirán a su alrededor será «la idea» con la que trabajemos de ahí en adelante, tal vez con pequeñas variaciones, pero será con «ella». Difícilmente podremos cambiarla de forma sustancial, quizás algo de atrezo, quizás algún aderezo o condimento. Cualquier cambio de consecuencias más profundas nos producirá, a buen seguro, una sensación de traición, de abandono, de dejar atrás algo que ocurrió en nuestra infancia; de dejar atrás, quizás, nuestro nacimiento a la infancia de esa idea.
Cuando los cambios, las matizaciones, los atrezos y los aderezos, los condimentos y los complementos, nos impidan ver con claridad el camino a seguir junto a nuestras ideas, volvamos a la infancia, a la nuestra, a la infancia de las ideas; retomemos su esencia y partamos de nuevo en nuestro camino de encontrar la historia que nos nació, la historia a la que nacimos.
Lo índicas perfectamente, es así la idea nace y se vuelve a ella siempre, es como el amor perdido en la juventud, que nunca falla, siempre está ahí.
Hasta que no le damos salida, la idea es como un niño que no sabe crecer.
Preciosa similitud, por eso hay que mimarlas hasta que se convierten en historias, y aún así seguir amándolas. Gracias