Quien nunca nos robaría nuestro dinero no tiene ningún reparo en robarnos el tiempo que necesitamos para ganarlo. (Jacinto Benavente, 1866-1954, dramaturgo español)

Tal vez por una economía maltrecha, o un egocentrismo galopante, o una autosuficiencia pretendida y nunca autocuestionada, o por un maltrecho sentido de la decencia, o vaya usted a saber por qué, pero nunca faltan personas que tienen firmemente asentada en sus convicciones la idea de que los demás tienen que trabajar gratis para ellas.

Quien así procede, solicita indiscriminadamente servicios profesionales sin intención alguna de pagar por ellos.

Me pregunto qué valor le darán esas personas a los profesionales que accedan a tal petición, y qué valoración harán de su trabajo; me pregunto si todavía le pondrán peros y condiciones.

trabajar gratis. Trabajar gratis es una falta de respeto.

Si un escritor pide a un corrector que trabaje gratis para él, cuando tenga publicado su libro no debería extrañarle que los lectores se lo reclamen gratis. Trabajar gratis es una falta de respeto.

Entre otras cosas, dedico buena parte de mi tiempo a prestar asesoría literaria a autores que me encargan la revisión y corrección de sus obras; y a prestar distintos servicios de asesoría literaria y narrativa. Por lo tanto, me debo a quienes me pagan por mis servicios y esperan de mí lo mejor.

Cómo explicar a mis autores y a mis alumnos que no puedo ocuparme de sus encargos y de sus tareas (a pesar de que me hayan pagado por ello), porque en su lugar estoy atendiendo una petición de alguien que no piensa pagarme por mi trabajo.

Es así de sencillo. Por eso no trabajo gratis.

Trabajar gratis es una falta de respeto, en primer lugar, para con uno mismo, pero también para con los colegas de profesión, y para con los clientes propios y ajenos. Pero además es una falta de respeto que comete el solicitante contra el profesional cuyos servicios pretende gratuitamente.

No me han faltado casos en que, después de un torrente de delatoras adulaciones, me han pedido poco menos que un taller gratuito. Cuando explico que es un trabajo remunerado, todo se vuelven complicaciones y argumentos insostenibles.

—¿Cómo voy a hacer uno de sus cursos?, está usted muy lejos.

—¿Sabe exactamente dónde estoy?

—Pues no, no lo sé.

—Es igual, no se preocupe, mis cursos son en línea, por internet, así que puede usted seguirlos desde donde quiera.

—¡Ah, por internet!, entonces no puedo.

Al parecer todo se puede preguntar por internet, salvo ¿cuánto cuesta su taller de narrativa?

En otras ocasiones no ha faltado quien reclama que le entregue mi trabajo de forma gratuita alegando que estamos en crisis. Me pregunto si dirá lo mismo en la caja del supermercado. Puede que incluso también allí lo argumente, pero todos saben la contestación.

Para guinda del pastel tenemos a quien, no contento con faltarle a uno al respeto, encaja mal toda explicación y le retira a uno su valiosa amistad. Su valiosa pero gratuitamente interesada amistad. Parafraseando: «A caradura que huye, puente de plata».

Evidentemente, atender una consulta puntual o contestar un par de preguntas rápidas creo que lo hacemos todos en mayor o menor medida, pero ese debe ser todo el tiempo que le robe a quienes me pagan por mi tiempo, por mis conocimientos y por mi experiencia.

Rechazar un encargo gratis también le debe servir al solicitante para comprender que, si algún día tuviera idea de pagar por aquello que solicita, sin lugar a dudas sería atendido con absoluta prioridad y dedicación frente a otros que pretendieran no pagar por el mismo servicio.

En el caso de los escritores que solicitan recibir de forma gratuita los servicios de un asesor o de un corrector profesional, me pregunto si, cuando tengan su obra publicada, regalarán un ejemplar a cada persona que se lo solicite. Apuesto por un porcentaje muy bajo en esa estadística.

Insisto, trabajar gratis es una falta de respeto y pedirlo, sobre todo a un desconocido, es además una falta de decencia.


Trabajar gratis es una falta de respeto

© Víctor J. Sanz