La objetividad del narrador omnisciente ►

El narrador de un relato, además de ser un punto de vista de lo que se va a contar, es el encargado de establecer un marco interpretativo de referencia con el lector. A ese marco remitirá el autor al lector con cada exposición, con cada aporte de información que realice. Cuando el narrador es de tipo omnisciente, es decir, que tiene un conocimiento ilimitado sobre los hechos a narrar y puede que hasta de los personajes, el marco de referencia que propone al lector no debe abandonar los límites de lo objetivo; y no debe hacerlo por varios motivos.

En primer lugar porque anularía parte de las funciones que corresponden por derecho propio al lector, como la de interpretar lo narrado o la de tomar partido, no ya por uno u otro de los personajes, sino por una u otra forma de interpretarlos a ellos o a sus acciones o diálogos.

Tampoco debería realizar ninguna incursión en los movedizos terrenos de lo subjetivo porque con ello desvirtuaría el resto del marco de referencia sobre el que se supone se asienta la narración, lo que vendría a convertir en interpretable y relativa el resto de información incluida en el relato.

En tercer lugar, el hecho de expresar opiniones, valoraciones o preferencias, incluso en los más nimios detalles, puede tener como consecuencia que el mensaje concreto que finalmente llega hasta el lector no guarde ningún parecido ni relación con el que el autor tenía como propósito transmitirle.

La objetividad del narrador omniscienteEs cierto que cada vez que se acomete una descripción es inevitable caer en cierto grado de valoración, opinión o preferencia. Llevado a un extremo se podría decir que se entra en el terreno de lo subjetivo desde el momento en que se utilizan adjetivos como alto, bajo, claro u oscuro. No todo el mundo tiene el mismo concepto de alto, bajo, claro u oscuro, pero es razonable pensar que no andaremos muy lejos unos de otros y, lo más importante, es mucho más razonable concluir que los matices no acaben generando conclusiones que lleven a distintos grados de comprensión del texto.

Bien distinto es el escenario cuando los calificativos empleados comportan cierto grado de opinión o gusto sobre el sustantivo al que acompañan. La simple utilización de, por ejemplo, «bonito» o «feo» implica el uso de una determinada escala de valores que viene a decir que el sustantivo calificado es «bonito» o «feo» con respecto de otro de su misma clase o género. El uso de esta escala de valores no es sino la participación del narrador en la historia, pues certifica la toma de partido por una de las partes en escena. Cuando la valoración se hace sobre un objeto, y salvo situaciones especiales, no suele tener mayores consecuencias, pero cuando se hace sobre uno de los personajes, el narrador estaría condicionando la labor interpretativa que por derecho y definición corresponde únicamente al lector. Esto en lo que respecta al apartado físico, pero las consecuencias todavía pueden ser más nefastas si los calificativos entran en valoraciones de aspectos psicológicos o morales a través de las acciones o inacciones del personaje.

Es conveniente controlar al narrador omnisciente de forma que no perjudique el nivel de interés del lector en participar en la construcción de la historia.

¿Qué puede hacer el autor para impedir que el narrador omnisciente participe en los hechos narrados tomando partido por un personaje, un rasgo o una actitud?

Para evitar que el narrador omnisciente se inmiscuya en las tareas propias del lector, como son las de interpretar y tomar partido por una realidad u otra de las expuestas en la narración, el autor puede recurrir a expresar las valoraciones y opiniones por boca de los propios personajes.

Por ejemplo, para transmitir al lector la idea de que un personaje es «guapo» o «feo», pero no hacerlo desde la voz narradora puesto que se trata de una valoración sujeta a una determinada escala de valores que no tiene por qué coincidir con la del lector, el autor puede limitarse a expresar esa opinión por boca de los demás personajes. Salvo que este dato tenga un peso específico relevante o una trascendencia significativa, su mención no habrá de ser más importante que un simple comentario. Cierto grado de sutil repetición en boca de otros personajes puede venir a reforzar esa idea en la mente del lector.

Otro método al alcance del narrador para transmitir esta valoración al lector es la simple mención de las opiniones y pareceres de los personajes. Algo de este estilo: El personaje «A, cuya belleza era tan celebrada como envidiada…», puede transmitir al lector una idea bastante aproximada de lo que se pretende dar a entender. La esencia de esta frase tipo transmitirá al lector la idea de que el personaje A es considerado guapo de manera generalizada, sin que al lector le quepa ninguna duda sobre ello y, al mismo tiempo, sin caer en la intromisión por parte del narrador en las tareas del lector.

Como es lógico, el narrador también puede recurrir a intentar proyectar en la mente del lector el concepto de belleza que, sin dejar de ser subjetivo, es limítrofe ya con lo objetivo. Esta vía obligará al narrador a utilizar una terminología casi más propia del mundo del arte y más concretamente de los cánones de belleza, hablando sobre proporciones, armonía o simetría; lo que, por otra parte, puede estar alejándolo de cumplir su objetivo de sembrar en la mente del lector la idea de que el personaje A es guapo.

Pero sin duda, el método más eficaz es el de dejar actuar a los personajes para sugerir al lector la idea de que el personaje A es «guapo» o «feo». La descripción de una forma especial de mirar o de sonreír a dicho personaje A por parte de otros puede ser una semilla, en ocasiones, más potente en la mente del lector, que la mejor de las definiciones que intente el escritor. Si las acciones que se definen en este sentido tienen un cariz de incosciencia, de espontaneidad, tendrán aún mayor efecto en el lector, porque la acercarán al mayor grado de sinceridad del personaje, lo que hará que funcione igual de bien independientemente de la catadura moral del personaje admirador o del grado de filia o fobia que este se haya granjeado en el lector. El efecto de fijación de la idea en la mente del lector se puede ver aumentado si utilizamos para ello a un personaje (B) del sexo opuesto, o susceptible de sentirse atraído por el personaje A, cuya personalidad hayamos definido previamente como fría, altiva, orgullosa o inasequible. Hacer «bajar» de su altar a este personaje B hasta entrar a considerar la belleza del personaje A puede fijar de forma muy potente la idea de la guapura de A en el lector, sin que el narrador haya tenido que romper su propio convenio con el lector.

©Víctor J. Sanz