Cuando una comida no está hecha se sabe. Cuando alguno de los ingredientes no está en buen estado o no está bien cocinado, se sabe, y además tiene consecuencias nefastas para el resultado global de la receta.
Una historia, como un plato puede resultar atractivo por su presentación, por su autor, por el lugar donde a uno lo enamora o donde a uno se lo sirven en bandeja. Pero nada de eso completará el círculo si el contenido, si los ingredientes no están bien cocinados o si falta alguno de ellos.
Cuando leemos una historia que no está bien trazada, que no está bien estructurada, es algo que, de alguna manera no escapa a quien está acostumbrado a pensar historias. Cuando uno piensa en cómo lo habría hecho en lugar del autor, es fácil llegar hasta la misma zanja donde tropezó su autor, pero si el autor tropezó, cabe preguntarse por qué fue suficiente para él con levantarse y seguir su camino como si no hubiera pasado nada; ¿por qué no arregló la zanja?. Cuando uno está solando y detecta una zanja en el suelo con la que, quienes lo transiten pueden tropezar, lo natural es arreglar el problema, tapar, sellar la zanja y seguir poniendo las baldosas del camino que otros habrán de recorrer.
Cuando la comida no está hecha se sabe, igual que cuando a una historia le falta alguno de los ingredientes principales o no está bien cocinada.
Antes de dar por concluida la narración de una historia, conviene repasar la receta, probar el punto de sal, (y corregir si es necesario), dejar reposar y presentar de forma atractiva.
Sería realmente chocante encontrar salada una receta a la que no le hemos puesto sal, como lo sería encontrar en su punto una pasta que no ha sido cocida, como lo sería, más aún si cabe, encontrarnos en el plato un ingrediente que no hemos incluido en la receta. Del mismo modo un autor, antes de dar por terminada una historia debe comprobar una serie de puntos en la estructura que respalden un mínimo de credibilidad y coherencia, no permitiendo cabos sueltos que le sirvan al lector de látigo contra el autor. Debe vigilar que la historia sea un todo, que cada personaje tenga su principio y su final; que cada situación quede resuelta o encarrilada; que cada causa tenga su efecto, y cada efecto su causa; que cada teoría tenga su comprobación; que cada incógnita quede resuelta o al menos sospechada o sugerida.
Quizás, la palabra FIN debería ser la que requiriese el mayor esfuerzo al escribir una historia.
Un autor no debería permitirse que ningún lector pueda decir que su comida no está hecha o está mal hecha. Sus letras son su carné de identidad, su tarjeta de presentación.
Cuando la comida no está hecha
Víctor J. Sanz
Otra lección más estupenda. Gracias amigo Víctor. Un abrazo.
Muy agradecido por tu participación, Javier, haces este espacio mejor, sin duda.
Un abrazo.