El compromiso de la palabra exactaLas ideas son entidades complejas que, la mayoría de las veces, no pueden ser expresadas por una palabra o incluso por varias. En el ejercicio de la escritura, el escritor se enfrenta en cada línea al reto de materializar en palabras las ideas que le habitan.

Cada palabra, cada expresión, incluso cada orden distinto de las mismas palabras dentro de una misma expresión, es susceptible de transmitir un sentido completamente distinto. Cuando se elige una palabra en detrimento de otra, se está apostando por una de las muchas acepciones que ése término puede tener en el diccionario, o tal vez por ninguna de ellas, sino que se está creando, se está proponiendo, un significado nuevo, cargado de matices que le aportan el resto de palabras (y su orden) en la frase en la que la hemos insertado.

Dice Guy de Maupassant: «No es en absoluto necesario recurrir al vocablo extravagante, complicado e ininteligible que se nos impone hoy día en el nombre del arte, para fijar todos los matices del pensamiento.»

El escritor, como mínimo, debe exigirse el compromiso de buscar sin descanso la palabra exacta para expresar la idea, el pensamiento que le movió a escribir.

La palabra que se elija no tiene por qué ser una de las menos utilizadas del diccionario, ni una extremadamente culta que absorba todo el peso de la frase, dejándola vacía de todo contenido, de toda utilidad, y por lo tanto desfigurándola, desvirtuándola. Como aconseja De Maupassant: «Esforcémonos en ser unos excelentes estilistas en lugar de coleccionistas de palabras raras».

Con todo, la forma final en que el escritor expresa una idea en forma de palabras no tiene, jamás, el carácter de absoluto. Esto es, en efecto, lo único absoluto: que el sentido que tiene la palabra exacta, la frase exacta, es absolutamente relativo, pues depende en gran medida del lector, quien aportará su particular y personal visión a esa palabra exacta, a esa frase exacta. No es que el significado de un término sea de libre elección, sino que para cada cuál puede tener una carga semántica distinta en función de su formación y conocimientos, de otras lecturas, de otras experiencias vitales, de otros recuerdos, ajenos por completo a la intención del escritor al elegir ese término.

El escritor, como mínimo, debe exigirse el compromiso de buscar sin descanso la palabra exacta. Así al menos, cuando el escritor termina su trabajo, estará seguro de cada palabra elegida es la palabra exacta para expresar la idea que lo motivó a escribir.