Todos hemos oído hablar de la máquina del tiempo, ese artilugio tan imposible que nos permitiría volver a algún punto determinado del pasado y, quien sabe, cambiar alguna cosa poco afortunada que protagonizáramos.

El escritor tiene a su alcance, y para su uso privativo, una suerte de máquina del tiempo que le permite corregir esos errores que no desea que pasen a la historia y, menos aún, que pasen a formar parte de sus elementos identificativos como escritor.

El escritor dispone del cajón del tiempo. En él debe guardar cada obra escrita nada más terminarla. En ese cajón del tiempo, las obras reposarán, como los vinos, como los quesos…, pero al contrario que esos productos, no para cambiar, pues nada orgánico en su composición hará que cambien, sino para que cambien los ojos del escritor antes de que vuelvan a posarse en sus hojas.

El escritor dispone del cajón del tiempo. En él debe guardar cada obra escrita nada más terminarla. En ese cajón del tiempo, las obras reposarán, como los vinos, como los quesos…

Las obras deben permanecer en ese cajón del tiempo lo suficiente como para que los ojos del escritor hayan recibido otras informaciones, hayan captado otras imágenes y, lo mejor, hayan leído líneas de otros autores. Después de ese tiempo, pero sobre todo, después de esa transformación de sus ojos, el escritor deberá abrir de nuevo el cajón y redescubrir su obra. La transformación operada en sus ojos, en su forma de mirar la realidad, hará el resto. Tan solo con levantar la obra del cajón, las palabras que nunca debieron estar allí se despegarán solas del papel y, cuando vuelvan a ser leídas, volarán ligeras como el polvo lejos de la obra.

De alguna manera, este cajón del tiempo permite, sino volver atrás en el tiempo, sí al menos, congelar el reloj, y que una obra no sea todavía una obra, pues es el conocimiento de las otras personas, lo que en cierto modo, le da cuerpo cierto y existencia a la obra en sí.

El cajón del tiempo es, probablemente, la herramienta menos costosa y al mismo tiempo la más valiosa de cuantas tiene a su disposición el escritor para perfeccionar su trabajo.