No cabe duda de que cualquier obra literaria es una herramienta de educación. De educación en valores, en comportamientos, en actitudes frente a la vida. De educación de cuerpos y almas, se podría decir.
Con el correr de los tiempos, los libros han cedido mucho espacio a otras herramientas que, para bien o para mal, cumplen esta función. Un buen ejemplo de ello son los formatos audiovisuales, especialmente las series de televisión y el cine. Este tipo de medios, en cualquiera de sus formatos tienen más alcance y proyección en la población que la propia literatura. Lo consiguen de una forma apabullante, insuperable, llegan hasta nuestra casa de una forma tan fácil y accesible…, y ni siquiera tenemos que andar con la fatigosa tarea de pasar una página tras otra…, con lo que cansa eso.
En fin, a lo que íbamos. En tanto que herramientas de educación, estos medios audiovisuales sirven para que, sus autores y promotores, nos administren no solamente conceptos generales sobre el bien y el mal, sobre buenos y malos; sino también para que nos moldeen hasta la idea más nimina que podamos llegar a imaginar; sirven también para que nos aleccionen sobre cada matiz del comportamiento humano, por liviano y superficial que nos pueda parecer.
Algunas series de televisión vienen con una moralina de serie, que pretende educarnos en conceptos rígidos del bien y del mal.
Para conseguirlo utilizan personajes muy delimitados y constreñidos al concepto del bien o del mal, sin apenas vasos comunicantes entre ambos conceptos. Desdibujan así al ser humano tal y como es en realidad, siempre yendo y viniendo entre el bien y el mal. Es también una manera de ponérselo fácil al espectador, que ya no tiene que discernir por sí mismo si tal personaje es bueno o malo y pudiendo encuadrar sus actos en uno u otro bando sin ningún género de dudas. Es por este mismo motivo que este tipo de productos idiotizan a su consumidor, negándole la posibilidad de pensar por sí mismo, de juzgar por sí mismo lo que está bien o lo que está mal y de asumir el camino correcto por convicción y no por obediencia.
Algunas series refuerzan sus pretensiones educacionales con una moralina que recita al final de cada capítulo una voz en off, suavemente, casi susurrando, y que viene a resumir la lección que el espectador, por si todavía no se había dado cuenta, debería haber aprendido en ese capítulo. Para más señas, suelen utilizar la primera persona del plural, de tal manera que el espectador, ya uno más de la serie, se vea parte y «beneficiario» de dicha moralina, comprometido además ante el resto de ese «nosotros» a observar su cumplimiento.
Esto puede comprobarse, sin ir muy lejos, en las series con más espectadores en todo el mundo, como son: «Mujeres desesperadas«, «House» o «Anatomía de Grey».
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