Escribir no es cosa fácil. Un@ no se levanta y se pone a escribir así como así, bueno, los escritores sí, aunque no todos. Incluso hay gente que madruga y mucho… ¡para escribir! Créanme. Pero también hay quienes remolonean en la cama, porque pueden. Otros remolonean sentados frente a su ordenador porque quieren —redes sociales creo que lo llaman—. También hay quienes a pesar de todos los estímulos exteriores se dejan seducir antes y mejor por el estímulo de escribir ficción, que no es nada despreciable. La periodista y escritora Teresa Viejo, por ejemplo, afirma que escribir ficción es el juego más perverso y adictivo que conoce. Para cada quien será de una manera, un sentimiento distinto, una necesidad diferente, pero hay quien se dedica a escribir, eso es seguro. Y, ¿para qué?, se preguntarán muchos, si no se lee tanto como se escribe. Como quiera que escribir es, en la mayoría de los escritores, además de un placer, una necesidad, se seguirá escribiendo, por más que exista o aumente incluso esa diferencia entre lo escrito y lo leído.

Pues créanme si les digo que además de luchar contra esa desaconsejable costumbre de no leer, los autores deben lidiar contra otra amenaza yo diría que hasta más peligrosa. Me refiero a la forma en que algunos escritores deciden comercializar sus creaciones, concretamente en la plataforma digital Amazon. Hay quienes lo hacen de una forma tan parecida al regalo que dan escalofríos. Y yo me pregunto, ¿en tan poco valoran el fruto de su trabajo intelectual?, ¿cómo pretender que el lector valore el trabajo del escritor si él mismo lo valora en tan poco?

Fuera ya de la oferta de lo que no es lectura propiamente dicha, es decir, fuera de los libros más vendidos, el cine, la TV, las redes sociales, las redes antisociales…; es tan grande la oferta de lectura a un precio «tan competitivo» que el lector tiene verdaderamente difícil discernir entre quienes publican a precios tan bajos como el valor de su obra y quienes lo hacen así pensando erróneamente que se trata de una buena estrategia e incluso dedican esfuerzos realmente grandes a difundir sus obras en las redes sociales bajo la fórmula «mi libro por solo  1 €uro«.

El escritor ha llegado a su localidad

Tal es la proliferación de este perfil de escritor que en tan poco valora el arte de la creación literaria, que me cuesta hercúleos esfuerzos creer que todavía ninguno de ellos haya lanzado abiertamente a explotar la técnica comercial del afilador, esto es, el volante en una mano y el megáfono en la otra, barrio por barrio, y pueblo por pueblo, anunciando sus libros, como el afilador anuncia sus servicios.

¡Ha llegado a su localidad, eeel escritor!, relatos, cuentos, novelas, poemas, ¡eeel escritor!

Quizás me equivoque y muchos ya hayan iniciado ese camino. Cuando lo hagan el lector estará de enhorabuena ya que gracias a ello tendrá más fácil discernir entre unos escritores y otros y así, elegir en conciencia. Lo que parece indudable, se mire como se mire, es que vender los libros al precio mínimo (sigo preguntándome qué pasaría si no hubiera un mínimo), no hace sino denigrar el oficio de escritor y, por extensión, a quienes nos empeñamos en hacer de él algo digno.

Víctor J. Sanz