En el diccionario de la RAE, el verbo «leer» tiene siete acepciones, las tres primeras incluyen la acción de comprender o interpretar (lo que se lee), en las tres últimas se utiliza la palabra oculto. Existe a mi juicio cierta redundancia en estas seis definiciones de leer que ofrece la RAE, pues ¿qué es comprender, sino revelar algo oculto tras su representación?
Cuando leemos por primera vez una novela, se puede decir que, más o menos, comprendemos su contenido, interpretamos los mensajes contenidos en ella, sus lecciones. Aplicando las tres primeras acepciones a la lectura de una novela, se podría decir que leerla nos adentra en su mundo imaginario para entenderlo. Atendiendo a las tres últimas acepciones, se podría decir que nos adentramos en ese mundo imaginario, desentrañando su contenido, sus secretos, llegando hasta lo más profundo del mensaje más allá de la simple comprensión, más allá de la simple interpretación de su continente.
Ahora bien, hasta aquí leer, pero ¿qué hay de releer? La relectura de un texto no literario puede aportar, mostrar o desvelar datos, no nuevos ni escondidos, pero sí inadvertidos en una primera lectura. Pero cuando hablamos de releer un texto literario, el efecto es, si no distinto, sí mucho más rico en matices que el conseguido en la relectura de un texto no literario. Releer un texto literario nos permite, más allá de la comprensión, volver a vivir de nuevo ese mundo, tal vez volver a encarnar a alguno (o varios) de sus personajes (ahora que lo sabemos todo de ellos)…; pero algo más ocurre cuando releemos un texto literario, ocurre que nos releemos a nosotros mismos, releemos al yo que fuimos, al yo que éramos cuando lo leímos por primera vez. Recordamos el mundo de ficción en cuestión, pero sobre todo nos recordamos a nosotros, mejor dicho, nos reconocemos a nosotros mismos recorriendo las entrañas de esa ficción con ojos inocentes (ahora que ya lo sabemos todo de ella) y expectantes de placeres por descubrir, y que curiosamente, en una relectura aún esperamos volver a descubrir.
Pío Baroja: «Cuando uno se hace viejo, gusta más releer que leer».
Así pues, la relectura de una novela y, por extensión de cualquier texto literario (incluida la poesía), en contra de lo que pueda parecer a simple vista, no viene a ser en la práctica una simple segunda (o tercera) lectura de dicho texto. Una relectura de un texto literario es un viaje al pasado, a nuestro pasado, no al de la historia narrada, que fue, es y será siempre el mismo, sino que se convierte más bien en una medición de nuestro yo, en una instantánea de ese yo pasado cuya contemplación nos permite evaluar nuestros progresos cuyo resultado son el yo actual.
Por desgracia, la definición de “releer” que ofrece el diccionario de la RAE (volver a leer), no es suficiente, ni con mucho, para definir lo que en realidad supone releer cuando hablamos de un texto literario. Una relectura siempre es una nueva medición de nuestra edad, pero sin duda también es una nueva medición de la edad de la historia narrada y acaso lo sea también del autor de la misma.
Totalmente de acuerdo. Cada vez que releo, redescubro. El problema es que me cuesta ponerme a ello. Siento como pereza antes de empezar a releer una obra que me gustó, provocada por la gran cantidad de obras que aún no he leído y, quizá, merezcan leerse antes que releerse aquélla. Aunque, es verdad, superado ese primer escollo nunca siento que esté perdido el tiempo con la relectura de un libro.
Hola Javier, muchas gracias por participar en este espacio.
La relectura a veces no se puede evitar. Hay títulos que parecen llamarnos insistentemente, como si tuvieran algo más que mostrarnos.
Saludos.
A mi me enriquece muchísimo releer poesía, de hecho creo que jamás he dado por terminado un libro de poemas que me toque la fibra sensible. Con la prosa es diferente, a veces me gusta releer pero no tanto.
Hola, Aurora.
Muchas gracias por participar y enriquecer este espacio de letras.
La poesía es nueva cada vez que se lee. Siempre aporta algo.
Saludos.