Los personajes sin motivos >>
Cuando se escribe ficción, como es natural, resulta necesaria la intervención de varios personajes para dar vida y sentido a la trama, a la acción del relato. Y, en este contexto, lo natural es que los personajes que intervienen lo hagan en un momento determinado –ni antes ni después–, bajo unas premisas determinadas –y no otras– y con unas causas y consecuencias de sus actos determinadas. Pues bien, esto último no siempre se entiende correctamente por parte de los autores noveles. En una fase temprana del aprendizaje de la escritura, muchos de estos autores recurren a la intervención de los distintos personajes única y exclusivamente porque sirven al propósito de la trama planeada, olvidando por completo qué pueda pensar el lector de esos personajes o de su intervención. Es decir, escriben de espaldas al lector.
Más allá de toda implicación con la trama, cada palabra que se ponga en boca de un personaje debe tener un precedente y un consecuente; al igual que cada acción que se describa de ellos debe tener un detonante y una metralla. Todo cuanto hagan o digan los personajes debe tener un origen y un destino independiente de la trama. Solo de esta manera se puede conseguir que el lector entienda que está asistiendo al desarrollo y narración de unos hechos que tuvieron, tienen y tendrán lugar con o sin el concurso de su atenta mirada.
En un ejemplo esquemático imaginemos a un personaje cuya característica es decir siempre «A» y, por «necesidades del guion» es bueno que diga «B». Bien, si el autor no ha prevenido al lector de que el personaje en cuestión ha sentido al menos una vez antes la tentación de decir «B», cuando por fin diga «B», el lector tendrá todo el derecho del mundo a sentirse engañado, pues estará ante un personaje sin motivos, para cuya intervención no hay razón lógica más allá de la trama. Huelga decir que evidentemente esa tentación de decir «B» del personaje de este ejemplo, debe tener una razón de ser y un fundamento acordes con el resto de elementos que lo caracterizan y dan forma.
Para construir una buena historia, el autor debe marcarse como objetivo irrenunciable: dar a cada personaje unas características suficientes para tener una vida propia, independientemente de que el lector lo esté mirando o no. Solo de ese modo evitaremos al lector esa molesta sensación de preguntarse a qué ha venido esto o aquello que ha dicho o hecho tal o cual personaje.
Excelente reflexión, mi querido Vìctor. Siempre tan agudo y oportuno. Un abrazo desde Venezuela.
Hola, Edgar:
Es un placer saber de ti.
Muchas gracias por tu visita y tu comentario.