La publicidad escatológica >>
¿Qué ocurre en la televisión a la hora de la comida y de la cena? Pues ocurre que han debido tomar el control de la publicidad las personas peor intencionadas o de peor gusto que haya sobre la Tierra, o puede que ambas cosas reunidas en un mismo personaje, de colmillo brillante, que acaricia con fruición y deleite a un gato blanco, mientras nos observa desde el final de una larguísima mesa ovalada y deshabitada. Es la publicidad escatológica.
Por si alguien se despista y después de una noche de fiesta (o de trabajo, o de insomnio), se levanta tarde y se encuentra desonrientado, no tiene más que conectar la televisión para saber si es o no es la hora de comer, por ejemplo. Sabrá inmediatamente si es la hora de comer -aunque su cuerpo le reclame más bien el desayuno- cuando analice los primeros anuncios. Si estos hablan de productos y remedios contra las peores afecciones de las partes del cuerpo con peor prensa y además muestran imágenes explícitas y en toda su crudeza del asunto a tratar, entonces puede estar completamente seguro de que es la hora de comer (o de cenar si la desorientación viene ocasionada por una siesta demasiado larga, pongamos por caso).
Nadie puede ver simultáneamente todas las cadenas de televisión, afortunadamente para su salud mental, pero uno se hace idea de que esta teoría se puede hacer extensiva a casi todas ellas, y basta una sencilla prueba para comprobarlo. Cambien ustedes de canal intentando huir tal vez del anuncio -desafortunadamente e inecesariamente explícito- de un producto contra las verrugas o las callosidades, para ir a dar con el anuncio -por descontado también inusualmente explícito y descriptivo- de un producto para el tratamiento de las hemorroides más salvajes o para ir a dar con la peor de las narraciones posibles sobre la evacuación de sólidos en los humanos.
No es posible encontrar una razón objetiva que explique este fenómeno. No es posible que ningún publicista (en estado de sobriedad) haya determinado que al público de ese horario (virtualmente todo el público espectador de TV), lo que más le puede interesar es un producto para tratar callos, verrugas y otras afecciones de la piel, o hemorroides, abscesos y otras afecciones anales o perineales. Es cierto que el horario de la comida o la cena tiene que ser uno de los que cuenten con más público potencial, todo el mundo come y muchos lo hacen mirando la televisión; pero no es menos cierto que esos asuntos no pueden ser, ni con mucho, los de mayor interés ni para todo el mundo ni, por supuesto, para ese horario.
Prueben a pensar si, después de todo, no se deberá esto a que las compañías fabricantes o comercializadoras de esos productos y remedios anunciados en tan desafortunada hora y con tan desafortunadas imágenes, forman parte de uno de los sectores económicos más potentes y menos humanos, como es el farmacéutico. Un sector que prefiere hablar de clientes antes que de personas o de enfermos puede uno esperarse cualquier cosa.
Mención aparte merecen aquellos anuncios que promocionan productos de limpieza con imágenes impactantes o que fueron creadas por el creativo publicista después del impacto contra algún objeto sólido o tras la ingesta de algún medicamento caducado. Anuncian productos para desatascar tuberías y nos muestran primerísimos planos de la porquería que se acumula en ellas, chorreante, espesa, jugosa… ¿quién no la untaría en el bocadillo del almuerzo del publicista?; anuncian productos para el mantenimiento de lavadoras y lavavajillas y lo hacen dejándonos entrar amablemente en el interior de un desagüe pútrido ¿quién no lavaría los platos del publicista con el mismo compuesto semisólido y absolutamente vomitivo?; o anuncian productos para la limpieza de bañeras renegridas a las que su dueña nunca ha enseñado un trapo, ¿quién no costearía un baño del publicista en esa misma bañera?
Sea como fuere, lo cierto es que esta publicidad escatológica está haciendo mucho más por la buena educación de la población española de lo que podría llegar a conseguir ninguna reforma educativa: consiguen que apaguemos la televisión. Después de todo, gracias primer plano de unas fabulosas hemorroides; gracias primer plano de las más salvajes callosidades en pies y manos; gracias primer plano de pieles más secas y agrietadas que el desierto de Atacama; gracias, en fin a ese malvado del gato blando que incluye todas esas imágenes desagradables en estos anuncios porque él ha conseguido lo que ninguna programación por pésima o lesiva para el cerebro que resulte haya conseguido jamás: que apagáramos la televisión. Brindemos por las neuronas que le quedarán sanas a la gente.
La publicidad escatológica
Jajaja, ¡qué asco! Menos mal que la tele solo la veo cuando le paso el plumero. Tienes razón, no sé por quienes nos toman y lo peor es que nos parece tan normal.