¿Hasta dónde son interpretables las bases de un concurso literario? >>
Cuando la organización de un concurso literario redacta las bases de participación lo hace con la esperanza de proponer una fórmula interesante, equilibrada y con futuro. Después del género, se elige un formato, si es que no viene dado ya por otras circunstancias, se define una extensión y se describen el resto de características que deben cumplir y que darán homogeneidad a los trabajos presentados, de modo que todos ellos puedan competir en cierta igualdad de condiciones.
Como resulta lógico, en el documento de las bases no se pueden contemplar todas las variables ni todos los factores que intervienen, de ahí que en muchas bases se incluya una que viene a decir que para todo aquello no previsto en las bases, el jurado se reserva el derecho de interpretar las bases.
Hay convocantes que, quizás por experiencias anteriores que no desean repetir, se aseguran de que no participe ningún escritor fallecido; y hay otros, la mayoría, que no llegan a tanto y se limitan a indicar el número de páginas, el tipo de letra y como mucho, el interlineado. No faltan tampoco los que indican con precisión los márgenes, y los hay que hasta describen el número de líneas que debe tener cada página.
Cuando alguna de las circunstancias no previstas supone o puede suponer un problema o de cualquier otra manera exige una solución por parte del jurado, este debe deliberar y tomar decisiones acordes con el equilibrio, con la justicia y con espíritu del premio, y siempre razonadas y argumentadas.
Recientemente se ha fallado un concurso de novela de cuyo jurado formaba parte. Digo formaba porque dejé, y lo hice voluntariamente, de formar parte de ello. La razón es muy sencilla, en las bases se especificaba una extensión de las obras que la propia organización, en la fase final de la selección, incumplió de forma flagrante, arbitraria e irresponsable. Cerca de la mitad de las obras seleccionadas como finalistas excedían o no alcanzaban el rango de extensión de los trabajos especificado en las bases. Es muy difícil tomar la decisión de descalificar un trabajo al que falten o el que exceda, por decir algo, en una o dos páginas los límites establecidos. Pero, sin embargo, parece muy fácil descalificar obras que exceden de los límites hasta en 30, 40 o 50 páginas. Esto, en una novela convencional, podría considerarse hasta cierto punto anecdótico, pero dado que el objeto del concurso eran las novelas cortas de entre 60 y 80 páginas, resulta muy llamativo además de injusto para con los escritores cuyos trabajos sí cumplen las bases.
Además, y para quien no lo sepa, debe decirse que el planteamiento y la construcción de una novela corta difiere mucho del planteamiento y construcción de una novela larga o convencional. La profundidad de los personajes, la complejidad de la trama o el desarrollo de los conflictos narrativos no puede hacerse de la misma manera si uno tiene que ceñirse al rango establecido de 60-80 páginas que si uno puede trabajar tranquilamente y marcharse tranquilamente hasta las 200 ó 300 páginas. La novela corta, por ser corta, no es menos historia que una novela, pero sí hay que contarla de otra manera, eso es evidente. Por lo tanto, quien ha tenido que narrar su historia con el máximo de 80 páginas, no ha participado en las mismas condiciones que aquel a quien se ha permitido hacerlo en hasta más de 120 páginas.
La seriedad de una organización convocante, de su jurado y el prestigio de su premio es ciertamente difícil de alcanzar y se requiere mucho trabajo y mucho tiempo para lograrlo, pero el objetivo se complica cuando es la propia organización la primera que incumple las bases que les exige cumplir a los participantes.
Algunos se estarán preguntando cómo es posible que suceda una cosa así. Pues es relativamente sencillo. Aunque unos concursos lo especifican, lo más frecuente es que no se diga nada al respecto de los trucos que muchos escritores utilizan para acomodar sus obras escritas con anterioridad a la publicación de las bases, por ejemplo «tocando» el tamaño de la fuente (algunos incluso reducen o aumentan el tamaño de la fuente en medio punto, pensando en que nadie se dará cuenta); o «tocando» el interlineado (aunque esta es también muy evidente, no falta quien la «toca»); y otros muchos «tocan» los márgenes, algo sobre lo que no suele decirse nada en las bases. Sea cual sea la lógica a la que obedezca la decisión de un jurado, o de una única persona como es este caso, para resolver estas cuestiones, parece razonable exigir que, cuando menos, no constituya una traición a las bases exigidas a los participantes.
Cuando advertí a la organización del incumplimiento por casi la mitad de las obras finalistas de la base relativa a la extensión, por el uso de distintos trucos por parte de los participantes, la respuesta no pudo ser más desconcertante, ya que certificaba que en un concurso de novela corta de entre 60-80 páginas, una obra de 120 era susceptible de recibir el premio. Como no podía ser de otra manera, me negué a participar de semejante decisión.
Por muchas razones no viene al caso dar nombres y referencias concretas sobre el concurso en cuestión. Quien esté al tanto de mis trabajos y publicaciones ya lo sabe y no hace falta que se lo repita y quien no esté tan cercano a mis publicaciones tampoco necesita saberlo. Por otra parte, respeto profundamente el trabajo del resto de miembros del jurado que, como yo hice, dedicaron seis meses de su valioso tiempo a participar en la lectura de cientos de novelas y en las deliberaciones de un concurso que creían, como yo hice, que respetaría su propio espíritu y, sobre todo, que respetaría a todos los participantes, y no participantes, por igual.
¿Hasta dónde son interpretables las bases de un concurso literario?
© Víctor J. Sanz
Vaya asunto más feo. Bueno, la verdad es que a mí ya no me sorprende nada en este mundillo. Se juega muy sucio en demasiadas ocasiones. Una lástima. Hay que andarse con pies de plomo porque eso de trabajar por amor al arte como hacemos casi siempre y que encima que se rían de nosotros, no tiene ninguna gracia (yo hace tiempo que no me presento a nada prácticamente, menos mal). Lo que no consigo comprender es porqué entre supuestos apasionados de las letras suceden estas cosas que solo hacen daño. Tomo nota. Un saludo.
Gracias por tu visita, Jose.
Un asunto feo que, sin embargo, tiene fácil remedio.
Gracias por la lectura y por el comentario.
Saludos