El músculo de la curiosidad >>

El músculo de la curiosidadTras consultar algunas enciclopedias de anatomía humana y tras desmontar no pocos modelos a escala (que luego no he sabido reconstruir sin que faltasen manos izquierdas, o sin que sobrasen pies derechos o incluso cabezas) no he encontrado rastro del músculo de la curiosidad por ninguna parte.

Todo apunta a que tenemos más de 650 músculos repartidos por todo el cuerpo, pero no se hace mención alguna al músculo de la curiosidad.

Para salir de dudas, pero también para salir de casa un rato, he visitado el Instituto Anatómico Forense, por la noche, para no molestar. Con el objetivo de no perder tiempo he ido directamente a la fiambrera, creo que antes esta dependencia se llamaba fresquera, digo yo que sería porque tenían ahí a los más frescos. Me ha frenado el vigilante nocturno, que estaba dormitando en inexplicable equilibrio sobre solo dos de las cuatro patas de su silla y con la espalda apoyada en el interruptor de la luz, que tan pronto la encendía como la apagaba. No sé qué me ha preguntado entre ronquidos y resoplidos. Por aparentar normalidad, en lugar de contestar, le he preguntado con voz de forense, y en tono seco y cortante, si había llegado recientemente el cadáver de algún escritor, que tenía curiosidad por examinarlo. Se ha limitado a señalar la puerta que tenía enfrente y que lucía un cartel que decía: Sección de psiquiatría. Me he encongido de hombros sin entender muy bien el gesto, que tal vez no haya sido más que un calambre, y he seguido para la fiambrera.

Al fondo a la derecha, donde suele estar todo en esta vida y justo enfrente de los lavabos, he encontrado por fin lo que buscaba. Para mi sorpresa, cuando he entrado he visto una sucesión casi infinita de camillas de las que sobresalían, casi en todos los casos, un par de pies que me ha hecho pensar que las personas de estatura normal son más resistentes a la muerte. Al final de la hilera de fiambres, y ocupando una superficie aproximada de una centésima de campo de fútbol, había una camilla comunitaria repleta de cuerpos inertes que llegaba casi hasta el techo y que enertaban, casi rozándolo, bajo un gran cartelón que colgaba por medio de dos cadenitas y que decía «ESCRITORES«.

Picado por la curiosidad no he tenido más remedio que hacer una investigación de primera mano. Así que he tirado de la primera mano que he visto y la pila de supuestos exescritores se ha venido abajo rodando por toda la estancia, y todo se ha puesto perdido de egos inflamados hasta lo violáceo, de ombligos observados durante largo tiempo y de fragmentos de ridículos perfiles en redes sociales con la etiquetas de #escritordebestsellers, #escritoratractivo o #escritordelibrosmuyinteresantes, claro, que no se tiene noticia de que entre los estudios de medicina se incluyan instrucciones precisas de cómo distinguir entre un escritor y un idiota perdido. Todo ese amasijo ha quedado regado por distintos tipos de humores, entre los que me ha parecido distinguir el mal humor, el humor vítreo y el humor humorístico propiamente redicho. Algunos de ellos me han parecido algo pegajosos, otros hacían explotar el paladar de sabor y otros me han dejado un retrogusto algo amargo. Pero no he encontrado ningún músculo de la curiosidad. Nada, ni rastro. He pensado remangarme y rebuscar entre los restos, pero antes de que tuviera ocasión de remover la exposición de finados en el suelo de la fiambrera, unos ruidos en el pasillo, parecidos a pisadas muy rápidas y tal vez enfurecidas, me han recomendado enarecidamente que prosigua mi búsqueda en un entorno menos hostil para con los curiosos.

Sin embargo, mi curiosidad es fuerte y me invita a no rendirme en esta investigación anatómica en busca de ese músculo que dicen que tienen los escritores. Espero que mi curiosidad no se haga más fuerte que los convencionalismos sociales y las normas de convivencia que prejuzgan, y no para bien, la práctica científica de abrir en canal a la gente, incluso antes de morir, para encontrar el dichoso músculo.

Yo estoy persuadido de su existencia y estoy dispuesto a demostrarlo.

© Víctor J. Sanz