El ego del escritor es una de las pocas cosas que se ven desde el espacio a ojo desnudo. El escritor es una forma de vida compuesta por un gran ombligo y un par de ojos para no dejar de mirarlo nunca jamás. 

El ego del escritor hace de éste un ser extraordinariamente difícil de entender y le otorga una personalidad, en muchas ocasiones, difícil de llevar y de soportar.
Enamorado de su obra hasta las trancas, muchas veces no es capaz de soltar tres frases seguidas en las que no intente hablar de su libro, que es para lo que ha venido a este mundo, después de para escribirlo.
El ego del escritor puede llevarle a creerse más que los demás, a sentirse superior, a creerse especial. Tal vez se deba en parte a que el escritor aborda una empresa multidisciplinar, compartiendo destrezas con psicólogos, con sociólogos y con otras muchas profesiones que le serán, no ya útiles, sino hasta imprescindibles en el desarrollo de sus proyectos. Puede que ahí radique la distorsión de la lente con la que ve su propio ego, en que siendo solo en una pequeña parte profesional de todas y cada una de esas disciplinas, el escritor ya se ve con el doctorado de cada una de ellas en la mano y aclamado por un público académico de primera línea.
Con todo y con eso, es justo decir que el escritor no es el único que mete aire en su ego, quienes alimentan el éxito de alguna de sus obras, pueden estar haciéndolo, de hecho lo hacen y lo hacen inconscientemente. Dice Sábato“Si nos llega dinero por nuestra obra, está bien. Pero escribir para ganar dinero es una abominación. Esa abominación se paga con el abominable producto que así se engendra.” 
Una cosa es que el dinero nos alcance como autores y otra muy distinta es encaminar las creaciones al objetivo de conseguir ese dinero «como sea». Efectivamente, cuando se consigue «como sea», es literalmente «como sea», literalmente y no literariamente. Misteriosamente este éxito comercial inyecta tanto aire en el ego del escritor que se pretende literario, que éste suele pasar a una nueva dimensión, y no hablo en el sentido estrictamente físico, sino en el sentido sicológico de, efectivamente, llegar a creerse alguien superior solo por haber parido una obra de masas que, por lo general, entienden mucho más de éxitos comerciales que de literatura. Siendo el primer entendimiento producto de la conjunción de una buena campaña de márketing y de una inmejorable penetración en un mercado muy permeable y estabulado, lo que le otorga al «lector» muy poca capacidad de discernimiento sobre lo que es literatura y lo que no, o de participación consciente en el encumbramiento de un autor y su ego.

El ego del escritor es una de las mayores debilidades que afectan a un escritor en su trabajo. Es un arma de doble filo con que el más de una vez se corta.

No es, pues, una cuestión matemática o magnética, es en todo caso, una cuestión fluctuante y magmática, que el éxito comercial de una obra la aleja de la literatura, pero incomprensiblemente, infla el ego del escritor hasta proporciones planetarias. Cuando el ego del “escritor comercial” tiene motivos para ser grande; el ego del escritor de literatura tiene muy pocos argumentos.

El ego de los seres humanos, y especialmente el de los escritores, es el único y todopoderoso juez y abogado defensor, en una sala de juicios abarrotada de acusados (el resto del mundo) y de un único defendido e inocente: el escritor.
En una mente menos perversa que la de los hombres, el tamaño del ego de un escritor debería medirse por lo que de ellos se recuerde en un periodo mayor que el de sus propias vidas. Es decir, aquello que les trasciende y que trasciende sus egos.

¡Tierra llamando a escritor! o, el ego del escritor
Víctor J. Sanz